Venganza maldita

Eran las once de la noche y una intensísima tormenta bañaba las calles de los suburbios de esta ciudad. En la intempérie, frente a una roída puerta de madera se encontraba la infernal con los brazos en jarra y gritando a viva voz.

-¡He dicho que salgas Nikolai! ¡Mi acero esta ansioso por probar la sangre de un chivato!

Solo un poderoso conjuro de barrera la mantenian en el exterior de la construcción, pero la paciencia empezaba a escasearle y cuqando eso ocurriera ni el mismo satanás podría obstaculizarla antes de que llevara a cabo su venganza.
Al otro lado de la puerta debía encontrarse Nikolai Groz, el íncubo que reveló a Lucifer el secreto que ella se había afanado en ocultar durante casi un año y que logró hacer que el principe la castigara cual alma condenada durante tres eternos meses y que su reputación como poderosa soldado infernal se desvaneciera de la noche a la mañana. En cuanto la demonio fue liberada regresó a la tierra con la promesa de recobrar su prestigio, pero también se juró encontrar al pérfido infernal que la había llevado a esta situación.
Achlys llevaba una hora larga esperando a las puertas de la vivienda del demonio a que tuviera la valentía necesaria para enfrentarse a ella. Pero el canalla era consciente que con la furia y el resentimiento que anidaba en la infernal además de su consabido poder, un simple íncubo como él no tenía nada que hacer por lo que seguía refugiado en el interior del edificio cual asustadizo ratón. Pero la demonio no se daría por vencido, si había que esperar cien años lo haría encantada con tal de poder darse el placer de degollar al maldito que osó traicionarle.

De pronto, los gritos e impropérios de Achlys cesaron. El aura del íncubo ya no estaba, el muy cobarde habría realizado algún conjuro de transporte ya ya no estaba allí.
La infernal se mordió el labio para contener minimamente su creciente rabia. Desenvainó una de sus espadas y grabó con ella en la fachada del edificio "No podrás huir por siempre, tus días estan contados".
Tras ésto la demonio dio media vuelta y salió del húmedo callejón con más ganas que nunca de darse la satisfacción de acuchillar a unos cuantos humanos.

Recorría el angosto callejón ya pensando en lo que haría con el primer humano que se me cruzara. Ni me había molestado en volver a guardar mis espadas y éstas brillaban bajo la ténue luz de una farola cercana. Firme y decididos eran mis pasos hasta que llegando a la altura de un contenedor me detuve en seco. Un delicioso aroma había llegado hasta mí, el olor a sangre fresca.
Giré mi cabeza hacia donde intuí debía venir el olor y allí encontré sentado junto al contenedor un sin techo intentando resguardarse de la lluvia con unos cartones. Cuan patéticos son los humanos que necesitan cubrirse de algo tan inofensivo como unas miseras gotitas, pensó Achlys.
Sin la menor duda le agarré del pelo y lo alcé hasta ponerlo a mi altura. Entonces con el brazo que me quedaba libre le hinqué la espada atravesandole el hombro y clavandolo con fuerza a la pared del callejón.

-Por favor señorita... no me haga daño... solo soy un vagabundo... -Suplicó el varón con voz dificultosa por el dolor.

Las palabras resbalaron sobre la infernal que sin importarle lo más minimo la patética súplica del humano le clavó su otra cuchilla en el vientre y con crueldad empezó a retorcerla. La vista de la demonio quedó fija en el rostro del humano, disfrutando con la expresión de sumo dolor que se reflejaba en él.
Los gritos de dolor eran continuos por parte del indigente, pero en pocos minutos éstos se fueron apagando lentamente hasta silenciarse por completo en el instante en que cayó muerto.
Achlys extrajo sus espadas del cuerpo del hombre provocando que su ya inerte cuerpo cayera sobre el inmenso charco de sangre que se había formado a sus pies. Tras limpiar las cuchillas contra la ropa de la victima, la infernal las guardó.

-Como echaba de menos ésto... -Comentó para si misma con una gran sonrisa de satisfacción.

Aunque puesto casi toda mi atención en ajusticiar a ese asqueroso vagabundo, mientras lo hacía había podido sentir el aura de otro ser. Un humano, y estaba lo suficientemente cerca como para poder haber visto lo que acababa de hacer.
No era algo que me preocupase, no temía a los humanos ni sus estúpidas leyes, pero no me gustaba que me espiaran y se marcharan sin tan solo saludar.

Acabé por salir del callejón y me encontré al espía de frente. Por su respiración parecía que estaba nervioso y no era para menos. Me acerqué a él y me paré a apenas un paso de distancia.

-¿Te ha gustado el espectáculo? Si quieres puedo hacer otro para que lo veas mejor... en primera persona -Propuse con una clara intención amenazadora -A mi no me cuesta nada volver a divertirme, además, apuesto a que tu sangre sabe mejor que la de ese piojoso.

Esbocé una sonrisa cargada de malicia esperando la reacción del humano. Realmente en este momento mi sed de sangre estaba bastante calmada, pero siempre era divertido aterrorizar humanos.